domingo, 10 de febrero de 2013

La Muerte a Crédito de Louis-Ferdinand Céline




Al escribir esta entrada, y de paso rememorar los variados acontecimientos narrados la obra, resulta inevitable pensar en la infancia misma, desde los más nimios acontecimientos, hasta los que de una u otra forma marcaron el camino hacia la adultez.

Céline logra eso en el lector (o por lo menos en mí). Le hace pensar que incluso su vida tiene un verdadero valor literario, que las historias están por todo lado y que a veces o generalmente el lenguaje y la forma como se dice, rebasa ampliamente su contenido. En esta, su segunda gran novela, Céline después del latigazo del "Viaje al fin de la noche", nos trae otra maravilla, llena de evocaciones, sueños, frustraciones, anhelos, redenciones y por encima de la muerte, vida.

Los personajes son tan miserables pero tan naturales que no inspiran otra cosa que compasión y amor. Se trata básicamente de una narración de carácter autobiográfico. Céline nos introduce en su vida, nos lleva por largos caminos de interjecciones, de sonidos, de malabarismos verbales y de jergas gitanas que uno termina por familiarizarse con expresiones que en ocasiones provocan la risa. Esto solo lo logra un gran arquitecto de la narrativa, como Céline.

Un viejo y enfermo Céline  cuenta sus tempranos años, así empieza "La muerte a crédito". Y entonces una infinidad de temas saltan a la vista, pasan por su pluma envenenada y satírica, como invitados con los cuales el autor se divierte y moldea las formas que le dan la gana. Esto aunado al majestuoso manejo del lenguaje que nos presenta esa jerga de barriada, usada para exhibir la desbordante lucidez que lo caracteriza, logran que la novela alcance unas altas cotas de lirismo, de música ondulante entre párrafo y párrafo.

" Disponía de otros preceptos para mi edificación moral, para mi rehabilitación. Me lo ofrecían todo antes de que me marchara. Me lo llevaba todo a Inglaterra, lo buenos principios... Excelentes... y la gran vergüenza de mis instintos. No me iba a faltar de nada. El precio estaba convenido. Dos meses enteros pagados por adelantado. Prometí ser ejemplar, obediente, valiente, atento, sincero, agradecido, escrupuloso, no mentir nunca y sobre todo no robar, no volver a meterme los dedos en la nariz, volverme irreconocible, un auténtico modelo, engordar, aprender el inglés, no olvidar el francés, escribir al menos todos los domingos. Prometí todo lo que quisieran, con tal de que me dejaran marcharme en seguida... Que no volviera a empezar una tragedia. Después de haber hablado  tanto, ya no nos quedaba cháchara... Era el momento de partir. Se me ocurrían pensamientos feos, me venían sensaciones preocupantes, me preguntaba si los ingleses serían tal vez más cabrones, más hijoputas, y peores que los de aquí..."

Las primeras páginas son duras, pues el autor no da espera, no le da tiempo al lector de entender su propósito de mostrar al Paris de hace cien años como era, de hacer gala de esa objetividad y del sentimiento implícito de perfección y humanismo que trae cada página. Los pequeños acontecimientos vienen acompasados de desgracia o mejor aún, de una triste felicidad dada por la mediocridad de sus personajes.

La pobreza y la miseria intelectual van de la mano en muchos de los personajes, no tan así en el padre de Céline. Allí, el hombre representa ese antihéroe que más que juzgado es observado por su hijo, sin que tenga nada para mostrarle o quizás enseñarle. Muchos años después, Céline calificó a su padre como un hombre de letras que siempre quiso escribir, pero que no nunca lo hizo. En la novela nunca se lee una mala palabra de Céline frente a su padre, no obstante los sentimientos cercanos a la repulsión que a veces sentía, por tener que llevar una pobreza digna, que según él, es la peor de todas.

Posiblemente el gran aporte de Céline a la literatura se dio en el "Viaje al fin de la noche", al introducir el lenguaje hablado al literario, rompiendo toda regla hasta entonces. Esa "invención", se amplía en "La muerte a crédito", en donde los diálogos son sencillamente certeros, llenos de un realismo adictivo al extremo, limpios respecto de la visión del autor, parecen sencillamente no escritos, solo hablados. Esa es en gran parte, la magia de este libro.

Algunos dirán que hay muchos puntos suspensivos, lo cual es cierto. También, que las interjecciones le quitan ritmo y a veces no se entiende o no se sabe hacia dónde va el relato, qué pretende el autor. Pero ese precisamente es uno de sus mayores valores, la incertidumbre de la vida misma llevada a las palabras, al sentimiento que concatenadas estas producen, que en mi caso es un dejo de nostalgia frente a otras épocas, frente a la ingenuidad de muchos de los personajes y del mismo Ferdinand.



"Lo arrastré por el suelo... Rugía... Berreaba... ¡Vale ya! Le acaricié la carne del cuello... Estaba de rodillas sobre él... Me enredé con los vendajes, se me quedaros las dos manos cogidas. Tiré. Apreté. Seguía pisándolas... Pataleaba... Me dejé caer con todo mi peso... Estaba asqueroso... Soltaba gallos... Yo lo machacaba... Lo estrangulaba... Estaba en cuclillas... Me hundí de lleno en la piltrafa... Babeaba... Tiré... Arranqué un buen pedazo de bigote... ¡Me mordió el guarro!... Le hurgué en los agujeros... Todo pringado... mis manos resbalaban... Se retorció...Se me deslizó de los dedos... Me aferró con ganas en torno al cuello... Me atacó la glotis... Yo apreté más. Le casqué la chola contra las baldosas... Se soltó... Volvió a quedar fláccido... Fláccido bajo mis piernas... Me chupó el pulgar... Siguió chupando... ¡Joder! Alcé la cabeza justo entonces... Vi la cara de mi madre precisamente ahí a la altura de la mía... Me miraba, con ojos desorbitados... Se le dilataban los acáis tanto, que yo ya no sabía ni dónde estaba... Lo solté... ¡Otra cabeza surgió de la escalera!... por encima del hueco... ¡Era Hortense!... ¡Seguro! ¡Exacto! ¡Era ella! Lanzó un grito prodigioso... ¡Socorro! ¡Socorro!, se desgañitaba... Me fascinó también ella entonces... Solté a mi viejo... Di un salto... ¡Ya estaba encima de Hortense!... ¡Iba a estrangularla! ¡A ver cómo pataleaba ella! Se desasió... Le pintarrajeé la cara... Le cerré la boca con las palmas... El pus de los forúnculos, la sangre compacta, reventó, le chorreó... Las piaba más fuerte que mi papá... La agarré... Se retorció... Estaba cachas... Yo quería estrangularla también... La sorpresa... Como un mundo oculto que se agita en tus manos... ¡La vida!... Hay que sentirla... Le zurré el cogote a base de golpes tercos contra la barandilla... Retumbaba... Le sangraban los cabellos... ¡Aullaba! ¡Se le había abierto! ¡Le metí un dedo en el ojo!... No la tenía bien cogida... Se zafó... Dio un brinco... Salió de naja... Tenía fuerza... Cayó rodando por las escaleras... La oí vociferar desde fuera... Alborotaba la calle... Sus gritos se oían hasta arriba... ¡Al asesino! ¡Al asesino!... Oí los ecos, los rumores."

La ironía llega a cimas altísimas. A veces, para calificar algo como irónico, hay que tener un elemento de juicio al otro lado de la balanza que nos haga pensar en lo opuesto, pero en esta historia hablar de simple ironía sería facilismo, pues no hay con qué contrastarla, no hay un deber ser constante. La vida se convierte en una broma de mal gusto, deja un sinsabor en la boca de todos, solo que unos se dan cuenta y otros no. Aquellos que no, son dibujados con "ironía", los que sí, son monstruos.

El joven Ferdinand deja su casa después de haber intentado ser aprendiz de comerciante, ayudante en un taller, y finalmente haber intentado una vida en Inglaterra aprendiendo un idioma, algo por lo cual sus padres sacrificaron casi todo y que el muchacho tiró por la borda. Momentos extremos, dolorosos, amorosos, sobrecogedores, escatológicos y después de todo, humanos, marcan la primera adolescencia de Ferdinand.

En una segunda parte, el joven Ferdinand, conocer a Courtial des Pereires, un inventor loco y enmbaucador, amigo de su tío, quien es el único que lo recibe después de que el muchacho golpeara a su padre casi hasta matarlo, al anti héroe, al desdichado viejo. En este momento la historia deja de ser un poco personal y se adentra en descripciones detalladas de los inventos, actividades y en general el entorno que rodea su nueva vida con Des Pereires. Aquí Ferdinand traspasa la barrera de contar su vida, para ser un observador objetivo de la vida de Des Pereires. Se convierte en su ayudante, su mano derecha. Un Sancho Panza moderno.

Courtial es su amigo, aunque no tenga una sola palabra para él ni buena ni mala. Lo ve de lejos para unas y de cerca para otras, pero lo cierto es que, de manera más inconsciente que consciente, su figura marcará el final de una etapa y provocará en él sentimientos insospechados.

El final es lo de menos. En historias como estas da la sensación de que cualquier cosa que se diga para poder concluir la historia, sobra. De hecho que que empalma con el comienzo del "Viaje". Bien puede haber un final redondo o simplemente ninguno. Ya con lo dicho basta. Lo cierto es que toda la inocencia escondida y negada a través de páginas y páginas, golpes y golpes, desdichas e infortunios a lo largo de la historia, se ven descifradas y expuestas con un hermoso "No, tío".


Citas tomadas de: CELINE Louis-Ferdinand, Ed Lumen, Barcelona, Primera Edición 1987. Traducción de Carlos Manzano.

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