domingo, 11 de marzo de 2012

Trópico de Cáncer de Henry Miller




La primera novela de un Henry Miller necesitado, apaleado en el frío París de los años veinte y sin un centavo en bolsillo. Una novela autobiográfica que pone la fría condición humana como elemento esencial en el desarrollo de la historia, una condición de hambre, desprecio, utilitarismo y redención.

La vida del Miller personaje de la obra, deviene entre los puentes de París, la comida gratuita en uno u otro café y las prostitutas que junto a él, permanecían atadas a la ciudad de una manera casi inexplicable. Una ciudad que los trataba mal a todos por igual, y que al mismo tiempo no los dejaba abandonarla.

La novela, que por muchos años estuvo vetada en los Estados Unidos, al haber sido catalogada como pornográfica, tenía que ser llevada desde Francia en los corrientes maletines de viaje de cualquier turista. Tal vez esto, fue lo que en un comienzo hizo de Trópico de Cáncer casi un mito. En "Trópico de Cáncer", estos encuentros pasionales son mucho más que eso, pero sin recurrir a una lógica de la pasión, sino a la mera descripción fisiológica de las situaciones. Y es que más allá del escribir sin tapujos, Miller logra poner al lector en frente de los hechos, sin que sobren palabras, sin que redunden los argumentos.


“Aun cuando se declarara la guerra, y me tocase ir, agarraría la bayoneta y la hundiría, la hundiría hasta el puño. Y si la orden del día era violar, en este caso violaría y con furia. En aquél preciso momento, en el tranquilo amanecer de un nuevo día, ¿acaso no está la tierra aturdida por el crimen y la miseria? ¿Acaso había resultado transformado un solo elemento de la naturaleza, transformado vital, fundamentalmente, por la marcha incesante de la historia? Pura y simplemente el hombre se ha visto traicionado por lo que llama la parte mejor de su naturaleza. En los límites extremos de su ser espiritual, el hombre se ha vuelto a encontrar desnudo como un salvaje. Cuando encuentra a Dios, por decirlo así, ha quedado despojado: Es un esqueleto. Hay que excavar de nuevo en la vida para echar carne. El verbo ha de hacerse carne; el alma está sedienta. Me abalanzaré sobre cualquier migaja en que clave los ojos y la devoraré. Si vivir es lo supremo, entonces viviré, aun cuando deba volverme un caníbal. 
Hasta ahora he procurado salvar mi preciosa piel, he procurado reservar los pocos pedazos de carne que me cubren los huesos. Eso se acabó. He llegado al límite de la resistencia. Estoy de espaldas contra la pared; no puedo retroceder más. Por lo que se refiere a la historia, estoy muerto. Si hay algo más allá, tendré que reaccionar. He encontrado a Dios, pero no es suficiente. Solo estoy muerto espiritualmente. Físicamente estoy vivo, Moralmente soy libre. El mundo que he abandonado es una casa de fieras. El amanecer se laza sobre un mundo nuevo, una jungla en que vagan espíritus flacos y garras aguzadas. Si soy una hiena, soy una hiena flaca y hambrienta: salgo de casa para engordar.”



De la historia en sí no hay mucho que decir, los acontecimientos alrededor de la vida de Miller no son para nada espectaculares, se pueden reducir a la vida de una hombre que sobrevive como inmigrante en el esplendor Parisino; un hombre que pretende ser escritor y solo puede llegar a ser corrector de estilo, antes de que lo despidan de su trabajo. Que tiene que dar clases de inglés por un plato de comida y que gasta lo que tiene siempre, que se enferma y duerme en cualquier puente de la ciudad luz. La gran virtud del Trópico no es su historia, sino su protagonista, ese alterego Milleriano que ve el mundo a su manera, que toma lo que la vida le da y aprovecha cualquier oportunidad. 


“Soy un hombre que desearía vivir una vida heroica, hacer el mundo más soportable a su vista. Si, en algún momento de debilidad, de relajación, de necesidad, me desahogo dejando escapar un poco de cólera ardiente, cristalizada en palabras – un sueño apasionado, envuelto y atado con imágenes-, pues…tomadlo o dejadlo… ¡pero no me molestéis! 
“Soy un hombre libre… y necesito mi libertad. Necesito estar solo. Necesito meditar sobre mi vergüenza y mi desesperación en soledad; necesito el sol y los adoquines de las calles sin compañía, sin conversación, cara a cara conmigo mismo, con la compañía exclusiva de la música de mi corazón. ¿Qué queréis de mí? Cuando tengo algo que decir, lo publico. Cuando tengo algo que dar, lo doy. ¡Vuestra inquisitiva curiosidad me revuelve el estómago! ¡Vuestros cumplidos me humillan! ¡Vuestro té me envenena! No debo nada a nadie. Solo sería responsable ante Dios… ¡si existiera!”.


Asi, basado en estos parámetros, Miller el escritor, recurre a unos amplísimos flujos de conciencia que acompañarán la narrativa de Miller el protagonista, hasta el final de la obra. Los pensamientos del protagonista son parte fundamental de la novela, su enfermedad, su aversión hacia los demás, su relación con las mujeres, sus frustraciones y lo más importante, la forma en que al final acepta su propia realidad, con la impotencia y la certeza de saber que ninguna solución está en sus manos. Estos pensamientos y el repetido uso del recurso de los sueños del protagonista, lo llevan a cumbre surrealistas puras, a momentos de un éxtasis marcado casi de magia. La vida triste, sucia y solitaria se ve entremezclada con figuras obscenas y visiones excéntricas de paralelos. El vertiente nihilismo que sale en muchos de los pasajes interiores de Miller, junto a ese romanticismo que en ocasiones es frenético, al punto de lo explícito, generan figuras absurdas que al final se mezclan con el original y entonces cobran sentido.


“Pero volviendo al olor de mantequilla rancia. También provoca sus buenas asociaciones. Cuando pienso en esa mantequilla rancia, me veo de pie en u pequeño patio antiguo, muy hediondo y lúgubre. Por las rendijas de los postigos extrañas figuras me espían: viejas con chales, enanos, proxenetas con cara de rata, judíos encorvados, midinettes, idiotas barbudos. Salen al patio tambaleándose para sacar agua o para limpiar los orinales. Un día Eugene me pidió que le vaciara el orinal. Lo llevé hasta el rincón del patio. Había un agujero en el suelo y papeles sucios tirados alrededor del agujero. Aquel pozo pequeño estaba glutinoso de excrementos, que en inglés se llama mierda. Vacié el orinal y se oyó un chapoteo y un gorgoteo inmundos seguidos de otro chapoteo inesperado. Cuando volví, la sopa estaba servida. Durante toda la comida, estuve pensando en mi cepillo de dientes: ya está un poco viejo y las cerdas se me quedan entre los dientes”.

 “Una mujer está sentada en un estrado sobre un inmenso escritorio tallado; tiene una serpiente en torno al cuello. Toda la habitación está llena de libros y extraños peces que nadan dentro de globos de colores; hay mapas y cartas de navegar en la pared, planos de París antes de la peste, mapas del mundo antiguo, de Cronos y Cartago, de Cartago antes y después de que lo sembraran de sal. En el rincón de la habitación veo una cama en la que yace un cadáver; la mujer se levanta tediosamente, retira el cadáver de la cama y distraídamente lo tira por la ventana. Vuelve al enorme escritorio tallado, coge un pez de colores de la pecera y se lo traga. La habitación empieza a girar lentamente y los continentes se van deslizando uno a uno hasta el mar; sólo queda la mujer, pero su cuerpo es una masa geográfica. Me asomo a la ventana y de la Torre Eiffel está brotando champán; está hecha enteramente de números y cubierta de encaje negro. Las alcantarillas gorgotean furiosamente. No hay otra cosa que techos por todos lados, dispuestos con execrable habilidad geométrica. Me han expelido del mundo como a un cartucho. Se ha formado una espesa niebla, la tierra está embadurnada de grasa helada. Siento palpitar a la ciudad, como si fuera un corazón recién sacado de un cuerpo caliente. Las ventanas de mi hotel están supurando y hay un hedor sofocante y acre, como si ardieran sustancias químicas. Mirando al Sena, veo cieno y desolación, faroles ahogándose, hombre y mujeres que mueren de asfixia, los puentes cubiertos de casas, mataderos del amor. Un hombre está de pie contra una pared con un acordeón atado al vientre; tiene las manos cortadas por las muñecas, pero el acordeón se retuerce entre sus muñones como un saco de serpientes. El universo ha empequeñecido; solo tiene una manzana de largo y no hay estrellas ni árboles ni ríos. La gente que vive aquí está muerta, hace sillas en las que otra gente se sienta en sueños. En el medio de la calle hay una rueda y en el cubo de la rueda se alza una horca. Gente ya muerta intenta desesperadamente subir a la horca, pero la rueda gira demasiado de prisa…”



Trópico de Cáncer es mucho más que una novela erótica, de hecho que es todo, menos una novela erótica. Su objetivo no es ese, no se desarrolla ninguna historia tras el erotismo, aunque este pueda estar presente en varios pasajes. No, Trópico de Cáncer es un grito ante el desastre humano y un tributo al emigrante, al que pierde la conciencia del lugar que deja pero que al mismo tiempo sabe que nunca pertenecerá al que llega.


“-Pero, entonces, ¿qué es lo que quieres de una mujer? – le pregunto.
Empieza a restregarse las manos; se le cae el labio inferior. Parece completamente frustrado, cuando por fin consigue balbucear unas frases entrecortadas, lo hace convencido de que tras sus palabras hay una futilidad abrumadora. “Quiero ser capaz de entregarme a una mujer”, dice de improviso. “Pero para eso tiene que ser mejor que yo; tiene que tener inteligencia, y no solo un coño. Tiene que hacerme creer que la necesito, que no puedo vivir sin ella. Encuéntrame una gachí así, ¿quieres? Si pudieras hacerlo, te daría un empleo. En ese caso no me importaría lo que ocurriera: No necesitaría un empleo ni amigos ni libros ni nada. Simplemente con que pudiese hacerme creer que había algo más importante en la tierra que yo. ¡Dios, cómo me odio! Pero todavía odio más a esas tías asquerosas… porque ninguna de ellas vale nada.”


El sexo está ahí, mejor dicho siempre ha estado y eso es lo que Miller logra, dejar ver que siempre ha estado y que es uno solo, cuando se ve como un acto. Los hechos están, y son más importantes que las personas, tal vez por esto el desarrollo de los personajes es si se quiere pobre, no hay alguno que marque la diferencia, son casi que plantillas de seres dependientes, temerosos, absorbidos por lo que entienden por vida, mundanos, pero ninguno llega a un grado de acercamiento al protagonista. Al final solo importa Miller, los demás están diseñados para ir y venir, para aportar lo que deben y desaparecer.

Y con sus desapariciones, va de la mano el sentimiento efímero y hasta nostálgico de quienes ya no tiene más cabida allí. Sin lugar a dudas una obra que dio paso a mucho de lo que venía, a los beats, al nihilismo del siglo XX, una novela que pretendía ser diferente y lo fue, que alcanza unos momento de lirismo maravillosos y que sentó el precedente de decir lo que se tenía que decir, como se tenía que decir.


“Si soy inhumano es porque mi mundo ha sobrepasado sus límites humanos, porque ser humano parece algo pobre, lastimoso, miserable, limitado por los sentidos, restringido por preceptos morales y códigos, definido por trivialidades e ismos. Estoy echándome el jugo de la uva por el gaznate y descubro la sabiduría en él, pero mi sabiduría no procede de la uva, mi embriaguez no debe nada al vino…
Quiero desviarme de estas altas y áridas sierras donde se muere uno de sed y de frío, de esta historia “extratemporal”, de este absoluto, de tiempo y espacio en que no existen ni hombres, ni animales, ni vegetación, donde se vuelve uno loco por la soledad, por el lenguaje que es solo palabras, donde todo está desenganchado, desencajado, descompasado en relación con los tiempo. Quiero un mundo de hombres y mujeres, de árboles que no hablen (¡porque ya se habla demasiado en el mundo, tal como es!), de ríos que te lleven a algún lugar, no ríos que sean leyendas, sino ríos que te pongan en contacto con otros hombres y mujeres, con la arquitectura, la religión, las plantas, los animales: ríos que tengan barcos y en los que los hombres se ahoguen, no se ahoguen en el mito y la leyenda y los libros y el polvo del pasado, sino en el tiempo y el espacio y la historia. Quiero ríos que hagan océanos como Shakespeare y Dante, ríos que no se sequen en el vacío del pasado. ¡Océanos, sí! Que haya más océanos, océanos nuevos que borren el pasado, océanos que creen nuevas formaciones geológicas, nuevas perspectivas topográficas y continentes extraños y aterradores, océanos que destruyan y preserven al mismo tiempo, océanos en los que podamos navegar, zarpar hacia nuevos descubrimientos, nuevos cataclismos, más guerras, más holocaustos. Que haya un mundo de hombres y mujeres con dinamos entre las piernas, un mundo de furia natural, de pasión, acción, drama, sueños, locura, un mundo que produzca éxtasis y no pedos secos. Creo que hoy más que nunca hay que prourar conseguir un libro aunque solo tenga una gran página: hemos de buscar fragmentos, astillas, uñas de los pies, cualquier cosa que tenga mineral dentro, cualquier cosa capáz de resucitar el cuerpo y el alma.”


EXTRACTOS DE TRÓPICO DE CÁNCER, Henry Miller, Círculo de Lectores, Bogotá Colombia, cortesía de Ediciones Alfaguara 1977, Traducción de Carlos Manzano.


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